viernes, octubre 24

CONTRA CIERTA CRÍTICA POPULISTA por Juan Villegas

    La nota titulada “En busca del publico perdido”, escrita por Leonardo Tarifeño y publicada en la revista ADNCultura del pasado sábado 18 de octubre, presenta algunos enunciados y opiniones que me gustaría refutar. Desde el PCI, entidad que organizó el ciclo “10 años de cine independiente” en el Malba, festejamos el espacio que el suplemento ha dado a este evento. Sin embargo, a muchos de nosotros nos ha molestado el tono entre canchero y soberbio de la nota, algunas inexactitudes graves y la ausencia de un nivel mínimo de análisis y curiosidad, que esté a la altura de lo que debería ser un suplemento cultural de esta magnitud. Entendemos y podemos aceptar con humildad que a alguien no le gusten las películas que se seleccionaron para el ciclo o se oponga críticamente a las búsquedas estéticas de la mayor parte de los directores del PCI. Eso es parte de las reglas del juego y todos nosotros sabemos que, más allá del obvio malhumor que genera un comentario público en contra de lo que uno ha hecho con tanto esmero y amor, muchas veces las opiniones negativas proponen más y mejores enseñanzas que las alabanzas y los elogios irreflexivos. Lo curioso de este caso es que el señor Leonardo Tarifeño manifiesta explícitamente que muchas de las películas del ciclo son obras valiosas y recomendables. Sin embargo, en una operación periodística que no se entiende, prefiere llevar adelante una suerte de acusación general al “nuevo cine independiente argentino” de promover un alejamiento del público, como si eso fuera una búsqueda voluntaria de los directores que hacemos ese cine. Es evidente que la falta de público para la mayor parte del cine argentino es algo que al cronista lo preocupa. Nos parece bien, ya que nosotros compartimos su preocupación. Lo que no se entiende es que, en vez de festejar la existencia de un ciclo que busca dar una nueva oportunidad a películas que no han sido vistas de la manera que merecían, Tarifeño se detiene varias veces para contar, en tono sarcástico, cuántos espectadores fueron a  cada función y en burlarse de las interesantes discusiones que se generaban luego de las proyecciones entre los directores de las películas y el público. Lo más grave es que en su afán de probar su hipótesis acerca del distanciamiento entre el cine independiente y los espectadores, dice cosas que no son ciertas. Dice que casi 25 personas hacían cola para ver La guerra de los gimnasios y Servicios Prestados, las dos obras de Diego Lerman, pero que más de la mitad “se esfumó a la hora de pasar a la sala” y que en la sala solo quedaron 12. Ninguna de las afirmaciones es cierta. Según lo que consta en los datos brindados por el Malba, se vendieron 38 entradas para esa función.  Pero aún si lo que dice Tarifeño fuera verdad, ¿qué sentido tendría centrar el relato de un evento cultural en la cantidad de asistentes? La historia del arte, y del cine en particular, ha demostrado que muchas veces el público no llega a reconocer las verdaderas novedades, las obras que plantan nuevas cuestiones y miradas originales. No sabemos si será el caso del Nuevo Cine Argentino, pero tampoco podemos asegurar que no lo sea por la poca asistencia de los espectadores a un ciclo de revisión. No es exactamente lo que Tarifeño está sugiriendo, pero entonces no entiendo para qué escribe lo que escribe. Quiero decir: es evidente que en la nota, más que un lamento por la supuesta falta de público, hay un regodeo placentero.

   En otro lugar del artículo, el cronista describe brevemente la trama de Una novia errante, equivocando el título, ya que la nombra dos veces como La novia errante. Es cierto que este error es habitual y, en un punto, es menor y carece de mayor importancia. No así otras cosas que escribe referidas a esta película. Tarifeño elogia algunos aspectos del largometraje de Ana Katz y se propone luego narrar el diálogo generado tras la proyección. Esta parte me toca personalmente, ya que fui el encargado de moderar la charla, en la que la propia directora de la película estaba presente. Recuerdo que salí de la sala muy satisfecho. Sentía que los espectadores presentes habían disfrutado la posibilidad de discutir con la propia directora algunos aspectos de la obra que habían visto. Ana planteó ideas muy interesantes acerca de cómo planteó la puesta en escena en relación con lo que le sucedía a la protagonista cuando estaba sola y cuando estaba acompañada, sobre el espíritu lúdico con que se planteó el rodaje y cómo eso se trasladó a la propuesta estética, sobre la importancia de los lugares y el paisaje en la construcción narrativa y en el desarrollo de los temas, sobre la diferencia entre el manejo de la información y los tiempos narrativos en distintos momentos de la película. Tarifeño, sin embargo, se manifiesta molesto porque sintió que “cada pregunta del público parecía hecha por un estudiante o un crítico”. Llevado por esa molestia, la pregunta que él mismo hizo durante esa charla fue: “¿Inés vuelve con su novio, Miguel?”. No sospeché en ese momento que el que la enunciaba era un periodista encubierto, disfrazado de “espectador común”, como si esa entelequia existiera o tuviera algún sentido reivindicarla. Lo que sí pensé enseguida (y sigo pensando hoy) es que se trataba de la única pregunta desafortunada que se había hecho esa tarde. No solo porque se detenía en un aspecto mucho más superficial que las otras, sino también porque la respuesta estaba implícita en la propia película, aún cuando se trata de una obra con final abierto. La respuesta de Ana Katz, amable y generosa, fue en ese sentido.

   Unas líneas antes de eso, Tarifeño cita en su artículo una de las preguntas que yo le hice a Ana: “Para mí, tus películas diseccionan las pretensiones de la clase media argentina. ¿Vos también pensás eso?” No creo haber usado exactamente esas palabras. Mi forma de hablar es menos florida y más llana. Sin embargo, la idea de mi pregunta iba en ese sentido. Según el periodista, “por lo que se acababa de ver durante la hora y cuarto de proyección, pocas cosas parecían más pretenciosas que esa pregunta.” Acepto que Tarifeño no esté de acuerdo con mi opinión, ¿pero realmente parece una pregunta pretenciosa? En todo caso, es poco original, ya que este elemento temático del cine de Katz ha sido ya señalado por otros. Lo que es evidente es que el cronista hace esta aseveración para ubicarse en forma forzada en una posición anti-intelectual, claramente populista, de la cual el cine independiente argentino ha sido víctima permanente. Solo en este sentido se puede entender que en otro lugar diga: “es posible que el ‘Nuevo Cine Independiente Argentino” resulte tan misterioso y difícil de explicar como algunas de las experimentales películas que lo integran”. Descalificar con el adjetivo de experimental aquello que no son más que propuestas narrativas alternativas al modelo televisivo o a la dramaturgia clásica del cine es una costumbre usual de este populismo crítico.  

   Uno de los objetivos del PCI al hacer este ciclo fue generar un pequeño aporte para que los márgenes del cine argentino se acerquen hacia el centro. Creemos que toda iniciativa de acción cultural, tanto del ámbito privado como del público, debería plantearse estos mismos fines: acercar lo marginal a lo central, entendiendo estos tanto desde lo geográfico, lo cultural o lo estético. Creo que un suplemento cultural debería hacer lo mismo. No es lo que aporta Tarifeño con este artículo.

   El objetivo de esta muestra no es llenar las salas a cualquier precio. Deseamos acercar al público de Buenos Aires todo un ámbito de la producción (incluyendo cortometrajes, los grandes relegados de la producción cinematográfica), usualmente desprotegido por la concentración de la exhibición. No está de más decir que estamos muy contentos con los resultados y con la repercusión.

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