sábado, julio 18

EL ALEPH


Por Andrés Di Tella.

Ayer me colé en un grupito de confabulados –-conjurados, diría Borges-- que se reúne cada quince días con Claudio Caldini, en una habitación a oscuras, para contemplar tesoros extraídos de su cofre de rarezas y deliberar sobre los secretos de la imagen en movimiento. Caldini proyectó algunas películas y nos contó la vida de un oscuro cineasta avant-garde alemán, Oskar Fischinger (foto), precursor de la abstracción en el cine y pionero de los primeros experimentos con el color, con títulos intimidantes como Estudio No. 6 y Composición en azul, entre los años 20 y 30.
También por esos años, realizó un documental extraordinario, Caminando desde Munich a Berlín, filmado cuadro a cuadro, como si fuera una animación. Paradójicamente, Fischinger consigue un efecto “fotográfico” sorprendente, alternando un desfile vertiginoso de escenas y paisajes rurales con momentos más pausados, donde nos deja observar por unos segundos los rostros de las personas que el cineasta se fue cruzando por el camino, como si se tratara de clásicos retratos fotográficos, como de Sander, pero con el extrañamiento de la palpitación producida por el cuadro a cuadro.

No sé por qué, me evocó uno de esos extraños libros de viaje de Sebald, como Los Anillos de Saturno, que parecen combinar sin esfuerzo documento y poesía. De hecho, se trata de un viaje al que Fischinger se largó para huir de sus acreedores en Munich, caminando las 350 millas hasta Berlin con lo puesto y su cámara a cuestas. También vimos un home movie de esa época, hecho con técnica parecida, autorretratos informales de Fischinger con su mujer y su hermano. Sonrisas cómplices, la diversión del experimento y la vida mezclados en un mismo acto, y la emoción que trasmite un momento de felicidad condenado a desaparecer.
En 1936 abandonó la Alemania nazi, donde él y sus amigos empezaban a ser acusados de practicar un “arte degenerado”, y recaló en Hollywood, donde hizo animaciones para la Paramount Pictures y, entre otras cosas, llegó a diseñar el primer episodio de Fantasía de Walt Disney, aunque después renunció por desavenencias con el estudio y quitó su nombre de los créditos. De hecho, Fischinger había entrado al estudio de Disney con enorme ilusión, aceptando un sueldo cuatro veces menor que el que percibía en la Paramount. El mismo Sergei Eisenstein había estado en conversaciones con Disney, cuyo trabajo llegó a considerar “la mayor contribución del pueblo americano al arte universal”. Pero Fischinger salió muy decepcionado de la experiencia: sus propuestas tendientes a encontrar un lenguaje visual equivalente al de la música no prosperaron o, en todo caso, quedaron desvirtuadas como meras ilustraciones. Después de Disney, no volvió a trabajar para la industria y, en las décadas que siguieron, subsistió en circunstancias paupérrimas, en las orillas de Hollywood, hasta su muerte en 1967.

Una de sus películas más “conocidas”, según Caldini, fue un corto llamado An Optical Poem, producida en 1937 por la MGM y presentada en los títulos como “un experimento científico”. Me hizo sonreír ver rugir al león de la Metro antes de una película experimental. Y Fischinger, que además era músico y pintor y que soñó con "hacer música con las imágenes", también tenía algo de personaje de Roberto Arlt, entre científico loco y timador. Llegó a inventar un artefacto para filmar animaciones con cera, que era una especie de cruza entre una cámara de cine y una fiambrera. Se lo vendió a otro cineasta, que nunca pudo utilizarla porque las luces de cine derretían la cera.

Mientras veía los materiales únicos que presentaba Caldini y oía sus comentarios, a la vez sencillos y profundos, resultado de una larga y meditada convivencia con esas imágenes, pensé que Caldini era como uno de aquellos viejos sabios de la tribu, que llevaba en la memoria algo así como una biblioteca entera, o mejor, el Archivo General de una nación olvidada. ¿Quién, sino él, sería capaz de recordar, setenta años después, en Buenos Aires, a Oskar Fischinger? De alguna manera, intuí, Caldini hablaba de Fischinger como si estuviera hablando de sí mismo. Los problemas filosóficos que se planteaba el alemán en relación el uso de la música en sus películas parecían problemas prácticos que Caldini se planteaba como propios. Caldini hacía las veces de médium y, allí en la oscuridad, iluminado apenas por la luz del proyector, inducía en nosotros un estado de trance, para que Fischinger siguiera existiendo y hablándonos. Pensé también en esa frase: “En Africa, cada vez que muere un viejo, es como si se incendiara una biblioteca”. Y caí en la cuenta del enorme privilegio que representaba estar ahí sentado, en esa habitación oscura de un departamento de Palermo, como si fuera el sótano de la calle Garay donde Julio Argentino Daneri le reveló a Jorge Luis Borges la existencia del Aleph.

Cine expandido
A partir del viernes 24 de Julio, habrá oportunidad para ver a Claudio Caldini en acción, en una proyección-performance en el Centro Cultural MOCA. El propio Caldini es el operador en vivo de una instalación cinematográfica multiple: proyección de films encontrados, intervenidos y/o de sus propios films experimentales históricos modificados para el nuevo sistema. Sonido generado mediante las posibilidades de interfase que ofrecen los reproductores estereofónicos de los mismos proyectores, micrófonos, grabaciones originales, música electrónica y ruidos ambientales.
Programa 1 Televisionoise, Color Scratch y Lux Taal
Programa 2 After Méliès, Flamme y Chuang-Tzu
Programa 3 Vadi-Samvadi, Escena circular y Gamelang
Programa 4 El devenir de las piedras, Un enano en el jardín y Prisma

Viernes 24 y 31 de julio, 7 y 14 de agosto, a las 20 horas. Duración del programa: 60´. Auditorio. Entrada $10.

CENTRO CULTURAL MOCA
MONTES DE OCA 169 / C1270AAB
BUENOS AIRES / ARGENTINA
(54 11) 4519 5639

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